Marcelino Ortiz. Lealtad hasta la muerte

Gubidxa Guerrero

La Historia es compleja. Las razones y los propósitos detrás de una protesta pacífica o de un levantamiento armado son de toda índole. Lo mismo ocurre con la rebelión de 1850 a 1853 que encabezó José Gregorio Meléndez, líder zapoteca originario de Juchitán que aglutinó tras de sí a innumerables paisanos.

Las causas de la lucha armada dirigida por Che Gorio Melendre (como se le conocía) son profundas, y van desde la defensa efectiva del derecho de usufructuar las salinas, hasta el hondo deseo de conseguir la autonomía étnica-política.

En la rebelión de los zapotecas istmeños se destaca una fecha, el 20 de octubre de 1850, en que, según historiadores y documentos fehacientes, fue proclamado un Plan rebelde firmado por Meléndez, mismo que pedía la destitución de las autoridades estatales, empezando con el Gobernador Benito Juárez García.

Pero en esta ocasión no escribiré sobre ese Plan y su relación con la estrategia general de los alzados, sino de un acto heroico que aconteció ese mismo día, y que nos permitirá hacernos una idea de lo que para los zapotecas significaba abrazar una causa justa. 

El 20 de octubre de 1850 sacrificó su vida Marcelino Ortiz, zapoteca, suponemos que originario del entonces barrio tehuano de San Blas. Los hechos sucedieron de la siguiente manera:

Como a las ocho de la noche del día 19 de octubre, Miguel Conde, Comandante Militar del Departamento de Tehuantepec, fue alertado de que “había entrado el faccioso Meléndez en el Barrio de San Blas con el objeto de invadir esta plaza y atacar a la fuerza armada que en ella había”. Después de eso, Conde y el Gobernador del Departamento, José Marcelino Echavarría, mandaron a un cuerpo de caballería a San Blas para corroborar la noticia. Al resultar infundada, decidieron permanecer en alerta por lo que pudiera ocurrir.

Poco antes de las tres de la madrugada del día 20, salió el Comandante Miguel Conde al mismo barrio ―el más numeroso de la Villa de Tehuantepec― a buscar a José Gregorio Meléndez. Mas cuando se fue, uno de los soldados que quedó como centinela decidió desertar para pasarse al bando rebelde, llevándose su arma, “también el del vigilante, en ocasión de que el comandante andaba por San Blas, en cuyo Barrio también se dirigió el desertor echando vivas al Coronel Meléndez y mueras a las Autoridades de esta Villa”, según relató Echavarría pocas horas después.

A los gritos del rebelde,
“se aproximó más el Comandante y luego que el referido desertor descubrió la partida, se esforzó más a gritar provocando al Comandante, hasta que llegándose a él otro Jefe y la partida se mandó a que lo cogieran, más él haciendo una resistencia no quiso rendirse y al hacer uso de una de las armas que llevaba se lo impidió un dragón [de caballería] dándole un lanzazo de cuyo golpe expiró”.
Este acontecimiento heroico habría quedado en el olvido de no haber hallado el documento en el Archivo General del Poder Ejecutivo del Estado (AGEPEO). Agradezco a los directivos, permitirme fotografiarlo para relatarles este episodio que da fe de la valentía de los zapotecas istmeños que peleaban y morían en el bando correcto. El documento finaliza con un diagnóstico de la situación en esos meses: “esta es la desgracia que en la madrugada de hoy; mas para lo sucesivo voy a tomar mis medidas a fin de evitar estas noticias alarmantes que tan frecuente se repiten”. Queda el testimonio.


[Artículo publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos ―Año II, N° 65, Dom 20/Oct/2013―, suplemento cultural del Comité Melendre en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]